Un picó es un enorme armatoste de sonido que, entre más duro suene, mejor. Un picó es una discoteca al aire libre donde Cartagena baila champeta sin hacer ningún esfuerzo para parecer turística. Es la diversión popular. Es un mandamiento: en Cartagena los domingos son de picó. Y se bebe mucho ron, cerveza fría y whisky al clima, aunque al día siguiente toque ir a trabajar. El Rey de Rocha es el picó más reconocido de la ciudad. Le hacen venia a donde vaya. Hoy está en La Boquilla, un corregimiento pesquero y boxeador. El precio de la entrada está escrito en una cartulina ajada por el viento: Ellos: 6.000 . Ellas: 3.000 . “El hombre ve a la mujer y entra”. Es una táctica que Luis Dunoyer, el agente de El Rey, utiliza para atraer público. Las vestimentas de las mujeres son más que todo cuerpo y piel. Entro. Las parejas bailan casi sin separar los pies del suelo, llevan todo el ritmo a la entrepierna y se mueven así, tan rico, como si no hiciera calor. Las mujeres abrazan por el cuello a los hombres y ellos se quedan medio adormecidos en la plenitud de los escotes. Champeta: respiración de boca a escote. Cosa rarísima en mí, me dan ganas de bailar. ‘Chawala' es el animador del Rey. Está en la consola de sonido coreando con el público las canciones que le piden. Las letras son anécdotas de calle y barrio. C uentan entre compadres historias de faldas, celos, cachos, amor, muerte, ciegos que no quieren ver. El público del Rey de Rocha dice que este altar de luces y sonido de 250 millones es la discoteca del pueblo. Y ‘Chawala' es la celebridad al alcance de todos. “Soy una persona humilde”, dice. “La forma de agradecer el cariño que nos tienen es dando buena música”. A las siete y media de la noche aparece detrás de él Yurleidys Jiménez, la reina popular de La Boquilla. Tiene los labios untados de rosa y los ojos negros le hacen juego con el brillo de sus aretes de fantasía. Le ceden el micrófono y en un segundo el público queda en silencio. Da un saludo y anuncia la rifa de una botella de whisky Black and White . Antes de bajar de la tarima para perderse con su caminar de jirafa entre la luz neón y el humo artificial del Rey, les dice como a unos hermanitos: “Y espero que esta noche se comporten mejor que nunca”.
El ambiente de picó es inflamable, tanto en los de tienda de barrio como en los que cobran la entrada. El plan es espelucarse , echarse una canita al aire, beberse los problemas o fumar marihuana y seguir riendo. El plan es divertirse pero a menudo los vecinos terminan por llamar a la policía. Los picós se han hecho su fama y eso le ha dañado la cara a la champeta. La champeta es hija de Palenque, el pueblo cimarrón de Colombia que todavía habla una lengua de origen africano y donde los tambores anuncian cuando hay muerto. El ritmo se desprende del Lumbalú, la danza fúnebre tradicional de Palenque. Allí, la champeta es un machete pequeño, muy afilado, que se usa en el campo y la cocina. Viviano Torres, líder de la agrupación Ane Swing , dice que cuando la hombría se exaltaba en parranda las riñas eran literalmente a punta de champeta. De allí su cicatriz de mal augurio. En Cartagena la palabra ‘champetudo' es sinónimo de tropel. Mi primer contacto físico con El Rey de Rocha fue hace una semana en la Plaza de Toros. A la entrada me requisaron el paquete (llevaba una cámara fotográfica, una libreta de notas y dos esferos). La autoridad estaba prevenida. “Puro pelao champetudo es lo que entra”, me dijo el patrullero Caraballo. El ruedo era un sauna bailable de cuatro mil personas, una coreografía de brazos arriba que se acabó a las 8:30 por una riña colectiva que no pasó a mayores. “¡Esto sigue gracias a la policía de Bolívar, carajo!”, gritó ‘Chawala' recuperando la tranquilidad. A Viviano Torres, palenquero, le duelen los titulares sangrientos que se refieren a la champeta. Desde 1987 ha trabajado para divulgar el género como una expresión cultural. “Está en el sentimiento de la gente”, dice. Desarrolla proyectos para formar mejores artistas, recuperar la confianza de la industria musical y fomentar comercialmente la champeta. Por el momento hay que agradecerle a la piratería. En el mercado de Bazurto circulan copias caseras de los éxitos de cantantes como Michel, Papoman, Mr Black, Richard, Jhonky, El Encanto, o El Afinaíto. Y también videos de El Escorpión, El Travieso , o El Príncipe, otros picó que le hacen competencia al Rey de Rocha, donde Yurleydis, la reina de La Boquilla, aprovecha para rifar una botella de whisky y financiarse los vestidos que lucirá en el Reinado Popular de la Independencia. Con ella no puedo bailar. No por lo alta, ni porque sea la reina, sino porque me acaba de decir que no le gusta la champeta. Además su hermano es cristiano y eso no lo ve con buenos ojos. Entonces me empino antes del flash y me conformo con una foto al lado de la reina, pero interrumpo a una pareja porque después de tanto ver bailar me decido a saber qué se siente. – Perdón ¿qué hay que hacer para bailar champeta? – Nada. –me dice ella. – Lo primero que necesitas es conseguirte una parejita. –me dice él. Y cuando estaba a punto de decir “ah, bueno muchas gracias”, porque pensé que como cachaco no tendría mayor receptividad, una voluntaria me adoptó en su cuerpo y sin darme cuenta el mundo se convirtió en una cuna. Lo que hay que hacer para bailar champeta es no pensar en nada. Ella me abrazó, cerró los ojos, nada más no me habló, su pelo se enredó en mis pestañas y bailó conmigo respirándome en la nuca el aliento manzana del bon bon bum que se derretía en su boca. – ¿Así? – Así papi. Cuando se acabó la canción me preguntó si era la primera vez que venía al Rey en La Boquilla. Le dije que sí, me dijo “ahh”, y al despedirnos de beso en la mejilla me secreteó al oído: “pero te tienes que ir temprano porque esto se pone feo”. Y yo le hice caso y me fui, pero porque mañana es lunes y hay que ir a trabajar.
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